jueves, 22 de enero de 2015

El último viaje


Manejaba, intentaba mirar al frente pero no podía dejar de mirarlo, porque si había algo que había aprendido a apreciar cada momento, y tal vez por eso era que todos los momentos que la pasaban juntos duraban muy poco, y en las últimas veces parecía siempre un colgado con el presente, sólo le pasaba cuando estaban juntos.
Recordaba aquel día que salieron sin pensarlo, con rumbo pero sin importar la hora, el día, la distancia o el viaje en sí. Muchas veces hicieron cosas como esas.
Escapaban ambos de sus vidas, porque cuando estaban juntos no existía otra cosa que su momento. Y para eso servían, para pasarla bien por momentos, reír a carcajadas, divertirse mucho, nunca ponerse serios. Las pocas veces que se pusieron serios no llegaron a ningún lado, perdieron el momento, y tal vez terminaron tristes y llorando.
Dos años habían pasado desde que se conocieron por cosas del destino, una noche donde ninguno de los dos estaba solo, pero se encontraron y dijeron lo contrario, se proclamaron almas libres, sin tener que rendir cuentas a nadie.
Uno de ellos, el que disfruta de los momentos, sabía siempre, que tal vez cuando se vieran sería la última vez, por eso tan profundamente se perdía y fundía con el presente cada vez que estaban y los relojes corrían carrera para ver quién llegaba más rápido a la madrugada.
Cada momento fue perfecto, fue un viaje extraordinario, con muchas ilusiones, muchas risas, pocos llantos,  e intenciones a veces no tan claras.
Desde que se conocieron, aquel perdido en el presente, no pensó que eso sería importante, es más, le dio menos tiempo del que merecía, pero muchas noches pensando y sin dormir, preguntándose qué pasaría, porque nunca había hecho un viaje así, y no entendía nada.
El otro, que podemos decir que es particularmente espontáneo y difícil de describir porque no lo entenderías, fue distante, quedado, cariñoso, fugaz durante todo el viaje. Fue muchas cosas. Ellos fueron muchas cosas.
En medio de 550 días, de los cuales no llegan a un mes con todas las veces que se vieron las caras, estaban ellos. Primero, lanzados, luego temerosos, más tarde ausentes, y luego reunidos para despedirse de alguna manera.
Todo eso en algo así como un año y medio, con otros viajes en el medio, por eso las ausencias.
Lo importante es que cuando estuvieron ausentes, el espontaneo se acordaba y lo pensaba, y el perdido en el presente también lo recordaba, pero éste pensaba que era parte del pasado y que no lo volvería a ver.
Luego de distanciarse, ellos seguían recordándose, un día se invitaron, volvieron a verse, volvieron a viajar juntos.
Esta vez fue diferente, las cosas fueron más livianas aun así más sentimentales. Estaban juntos sólo cuando estaban juntos, pero eran almas libres el resto del tiempo.
La conciencia pesaba de a ratos, pensando si ambos actuaban con respeto o no. Y la moral jugaba con ellos cada dos por tres, porque sabían que había cosas que tal vez no estaban bien, pero no había nada que lo impidiese, nada explícito que los condicionara.
La locura que compartían los llevó lejos, por todas las estaciones del mundo, pasando por los diferentes climas de aquel, su único y último viaje juntos.
Eran perfectos para estar por momentos, eran el sueño hecho realidad de cualquiera, pero la magia se desvanecía cada vez que seguían con su vida, con sus dramas.
Ilusos ellos que pensaron que en algún momento el resto de sus vidas sería el momento eterno, poético y perfecto para nunca más dejarse ir. Conscientes y sin decir palabra alguna sabían,  su momento era sólo cuando estaban juntos.
Sus miradas y su complicidad para hacer locuras era algo que los caracterizaba, ellos eran felices en cada momento de ese viaje.
Largas charlas, horas incansables hablando de la nada misma. Rieron casi siempre, disfrutaron de todo.
Fueron arquitectos principiantes del sueño que quisieran tener juntos, anhelaban la vida perfecta, lejos de todo lo que ya conocían.
Se querían lo necesario, se extrañaban lo suficiente como para mantener andando eso raro que crearon juntos.
Mucho de lo que ellos quisieran contar, todavía no puede ser contado, no en este momento.
Sí en este momento, habían llegado al bosque blanco, todo se había paralizado.
Una decena de días antes de llegar a aquel destino, ellos se vieron por, quizás, última vez para ese entonces, y permanecieron admirando el paisaje por más de dos horas sin decir palabras, sólo abrazándose, queriéndose, despidiéndose tal vez. En un momento admiró cada detalle detenidamente, fijándose en la gente, el lugar, la arena, la luna, para recordar exactamente cómo era estar juntos. La temperatura era un poco baja, soplaba una pequeña brisa, y lo abrazaba y  lo besaba de tal forma que inconscientemente estaba preparándose para decir adiós.  
Ambos lo sabían, ambos lo ocultaban. Uno lo sabía con más certezas que el otro.
Llegaron al bosque blanco, al entrar en él ambos tenían que obligadamente irse por caminos diferentes, sin saber por cuanto, sin saber nada.
Se dejaron llevar por la nieve y arboleda del lugar, se dejaron perder, de alejaron cada día un poco más.
Luego de varios días dentro del bosque, recibieron noticias del otro. Ambos estaban bien, pero no pensaban volver a encontrarse, nadie menciono eso, se sentía en cada letra de los textos que se mandaban.
La frescura de sus conversaciones seguía siendo la misma, la distancia cada día era aún mayor.
Tendrían que atravesar ese bosque blanco, frío, tempestuoso, en pleno diciembre en latitudes del sur del mundo, solos, sin ayuda de nadie, sin certezas de nada.
Y sí, había sido su última vez, había sido su último viaje…

Quizás.

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